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una probadita del Camino


El buen tiempo me acompaña, me lo digo siempre y a fuerza de coleccionar recuerdos de días de buen tiempo he llegado a creerme que San Isidro me tiene barra. Cómo si no explicar que mientras todos se quejan porque esta semana santa no ha parado de llover en las playas del mediterráneo, yo que me he venido al peor sitio en cuanto a confiabilidad meteorológica, me encuentro paseando con sol fresco por Ondarreta, Zarautz y demases.

La mañana en Olite fue lo mismo, queda claro en todas esas fotos en que el sol entra como invasor huno por las ventanas del castillo. Pero desde la atalaya se veían venir nubes que complicaban mis planes para sábado santo, cuando tenía pensado ir al santuario de Loyola y de paso visitar más pueblitos vascos como Azpeitia, Azkoitia, Zumárraga, Oñati o Bergara.

Llego a la estación de buses y se larga a llover pesado. Esto no puede ser, me digo, va en contra de mi reputación de talismán del buen tiempo. Decido que es señal que no debo quedarme aquí, así que compro pasaje para San Sebastián y vuelvo a la pensión a darme una ducha. Sigue lloviendo cuando regreso y ya me voy a subir al bus cuando descubro que se me ha extraviado el boleto, voy a la taquilla, me dicen que me espere a que todos hayan subido y así no ocupo el puesto de nadie, y ahí estoy, escuchando al mariachi que se aproxima, tengo que salir de aquí pronto, pienso, antes que me agarre por las patas otra vez la melancolía. Y estoy que me subo y de repente pienso que la situación requiere de una maniobra distractoria, lo lógico es que me vaya de aquí, los paparazzis han de estar estacionados afuera esperando que el bus salga, pues yo los confundiré, el bus se va y yo me regreso por el camino buscando el boleto, que al final resulta me lo había dejado en la pensión. El bus ya se ha ido, yo me quedo en Pamplona, bajo la tormenta, y recupero mi importe. Y me siento libre, ni siquiera san Isidro sospecha que estoy aquí.

Si, lo sé, estoy un poco chalado.

La siguiente hora me la paso refugiado debajo de un kiosko en frente del Baluarte, conversando con una familia de Vitoria con dos niños pequeños a quienes enseño a jugar al juego de sacar la cabeza fuera del refugio mirando al cielo y sin que te caigan gotas en los ojos. Es una hora larga, el tiempo pasa lento cuando llueve. Hablamos de varias cosas, les cuento el cuento que soy un periodista chileno y que pienso escribir un artículo sobre turismo en el norte de españa, "la tierra de los topónimos cuicos", y les intento explicar.

Me hace sentir mejor, finalmente la lluvia fiera, se condice mejor con mi estado de ánimo, que se sentía fuera de sitio bajo el sol, en la playa, en castillos de Disney, rodeado de gente feliz. Aquí los refugiados nos contamos historias, del camino de Santiago, que el padre de la familia acá lo hizo en 23 días, de Roncesvalles a Compostela, y claro que me lo recomienda, pero en verano. La ruta pasa por aquí.



Así que cuando los vitorianos se van, yo decido sacar a pasear mi capa de agua y cojo la ruta de los peregrinos, en la calle mayor me compró un bastón de pan y un trozo de queso de oveja Idiazábal. Y me largo a caminar siguiendo las marcas de ruta, y claro, la lluvia cesa a ratos y todo muy bien.

Atravieso la ciudadela, un parque, varias avenidas con edificios y será que es cierto aquello del buen urbanismo de Pamplona, las señales del Camino son claras, en azul, reproducen las líneas de una concha que apunta hacia la meta, y vaya que bien está eso de caminar con una meta clara, aunque sea por un rato. Llego así a la universidad de Navarra, hay un pozo de los deseos aquí. Arrojo una moneda y deseo, deseo volver aquí con mi francés, algún día, y me doy cuenta que en verdad eso es todo lo que quiero, un compañero de viaje para el camino de Santiago, con eso me conformo y eso ya me lo prometió una vez, creo, en fin, que el mariachi ya no se oye más, me doy por conforme con la telenovela, on resterons des amis, des meillieurs amis, y ça va, ça va bien, ça va de puta madre.

Vuelvo a Pompaelo, Iruña, Pamplona, tantos nombres. De paso encuentro una capillita con una imagen de una virgen Opus, la virgen del buen amor. De paso llego al parque Yamaguchi, de estilo japonés contemporáneo, en honor a Yamaguchi, ciudad hermanada con Pamplona, donde en el siglo XVI san Francisco Javier intentó introducir el cristianismo en Japón. Me acerco por detrás de unos patos, para sacarles una foto con el templo sintoísta de fondo, me acerco entre los juncos y todo va bien hasta que una de las tablas se hunde bajo mi pie y los patos se asustan y salen volando y yo quedo con las botas llenas de barro, pero la foto la saqué igual, y creo que tampoco me ha salido tan mala, igual se puede a los patos volando juntos.