Yajuum
No está bien, el crédito no es del café, ni del cognac, jerez o brandy. Tengo que ser honesto, me estaba quedando dormido igual y me sentaba fatal, porque la obra se estaba poniendo realmente interesante. Elena Anaya había llegado a la tumba de Caín y un monje sufi le enseñaba a rezar, mientras una bibliotecaria afgana se deshacía en sollozos recordando la miseria cultural a que los talibanes sometieron a su pueblo.
Y no estaba bien quedarse dormido entonces, no, no lo estaba.
Qué hacer, pues trataba de concentrarme en el escenario, varios metros más abajo, y anda que me dicuenta de una cosa (bastante boba, considerando que no era mi primera vez en un teatro).
Allá abajo había una persona dirigiendose a todo el resto de personas presentes, comunicando emociones a toooodos nosotros, y qué subidón había de ser aquel, que descarga de adrenalina, levantarse del asiento y conseguir que todo el teatro me mirase, me oyese, uf, y es algo que podría hacer, sí, perfectamente ahora mismo podría yo apoyarme en la barandilla que divide mi visión y pegar un grito de tarzán. No muy apropiado, dado el caso que todos han pagado por ver la obra y no a mi, pero el caso es que comprobar que esa posibilidad existía me provocó una descarga instantánea de adrenalina que sirvió para electrificar al sueño fuera de mi, una sensación aterradora.
Y si, creo que ya aprendí como hacer para no quedarme dormido en el teatro
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